Con Crónica de un amor en el Paso de la Vaca (EUNED, 2000) nació la promesa de un libro que contuviera, en una sola obra, relatos y crónicas acumuladas a lo largo de la vida del abogado y periodista Enrique Villalobos.

La promesa recibió el aliento e impulso de Marco Antonio Murillo y Alí Víquez, dos grandes amigos del autor, y 14 años después el sueño se concretó en Un rugido al amanecer, obra publicada en mayo pasado bajo el sello Ediciones Unicornio.

Como el mismo autor explica en la presentación de su obra, esta contiene 75 entradas, entre relatos y crónicas, las cuales, con extensiones variadas, cubren de forma cronológica cuatro etapas: infancia, adolescencia, juventud y vida adulta.

Agrega Villalobos a estos relatos crónicas de viajes y anécdotas familiares que sirven además como retrato de la forma de vida y las costumbres predominantes en los lugares y épocas en donde se ubican las historias.

Según destaca Alí Víquez en el prólogo de Un rugido al amanecer, esta obra literaria poseen la virtud de hacer que el lector recorra sus páginas con placidez, “casi como si pudiera acompañar a Enrique por las andanzas de toda una vida, y casi siempre con una sonrisa en la boca”.

Un rugido al amanecer se puede adquirir en la librería de la UNED, en Sabanilla, o por pedido directo al teléfono 83-54-15-42. También puede solicitarlo a la dirección electrónica [email protected].

A continuación, y a manera de abrebocas, incluimos una divertida anécdota de infancia contenida en el capítulo 1.

El “vello púbico”

En la escuela teníamos una asignatura de Artes Manuales en la que usábamos la sierra de calar, madera plywood, goma, pinturas, pinceles, lija, entre otros artículos. Con esos materiales construimos casitas, carretas, figuras humanas y animales, hongos, etc., las que después se pintaban. Las lecciones se recibían en el taller de manualidades.

Es una de esas clases, que me gustaban bastante, porque se salían de la rutina del aula, se me ocurrió tomar un puñado de cabuya, me abrí la jareta y coloque ahí ese “vello púbico”. Seguidamente se lo exhibí a los compañeritos, que se rieron con la ocurrencia. Lamentablemente, a la maestra no le gustó la demostración y fue con el chisme donde la directora, la temida “niña¨, María Luisa Bonilla.

Una tarde, estaba jugando fútbol con varios compañeros en una pequeña explanada, con balaustrada, del parque España, en la esquina que se forma entre la escuela y el puente de la Fábrica Nacional de Licores. (Años después eliminaron esa explanada y construyeron una fuente, que lanzaba varios chorros de agua. Ahora hay otra fuente, algo más pequeña).

De pronto, un carro, que apareció en la esquina, llamó mi atención: ¡era la jeep Willys de papá! Era inconfundible, con sus colores amarillo y café claro. Papá la tuvo 20 años, de 1948 a 1968. La cuidaba como a la niña de sus ojos. En los dos vidrios traseros tenía impreso un rótulo: “Taller Villalobos”.

Con ojos desorbitados, vi como el carro de papá dio la vuelta y se parqueó frente a la entrada de la escuela (En ese entonces, había vía del este al oeste. ahora es la revés). Con terror, contemplé cómo que se bajaba de auto ¡mi mamá! El asunto presagiaba tormenta.

Horas más tarde, una fajada de mi madre puso las cosas en su lugar: ¡Ya no hubo más demostraciones de “vello púbico”, ni público que lo contemplará!