Piedras sanadoras
Adriana Núñez Artiles Periodista | Miércoles 27 de Agosto, 2014
Así como disfruto del verde natural que nos ofrecen follajes y árboles, así también las piedras tienen un impacto tranquilizador en mi ánimo y en mi espíritu.
Las veo amontonadas en las riberas de los ríos, cerca de las arenas que circundan los mares y playas o a la orilla de veredas terrosas y aprovecho para tomar alguna y sostenerla en la mano mientras transito por el lugar. La sensación de seguridad que me dan las piedras es rara y única.
Creo que las piedras tienen un poder magnético. Sus tonalidades se parecen a las mías…húmedas por el agua refrescante, brillan al sol complacidas; ellas emanan paz y serenidad, estáticas en el tiempo como monumentos al paso de los años, que las lavan una y otra vez.
He colocado piedras en algunos de los espacios de mi dormitorio y baño. Es el lugar más íntimo de mi casa. También hay algunas pequeñas y blanquecinas rodeando el bambú, cerca de donde en estos momentos escribo.
Las piedras han estado en el mundo desde siempre y contribuido, silenciosamente, a edificar fortalezas y a señalar las rutas. Impresionantes algunas, magníficas en su tamaño, colorido y forma.
Enormes piedras alcanzan incluso fama mundial, algunas por su imponencia, otras por su significado. Entre ellas están las de Stonehenge, cuyos bloques, encontrados en Inglaterra en 1810 forman un círculo ancestral místico e impresionante. El sitio formaba parte de un complejo grande, el cual incluía círculos de piedra y avenidas ceremoniales.
También están las piedras talladas de la isla de Pascua, más de 600 esculturas de los siglos XII y XVII conocidas como moái (del rapanui moai, "escultura"). Esas estatuas de piedra monolítica solo se encuentran en dicha localidad, que pertenece a la región de Valparaíso, Chile.
O el magnífico Peñón de Gibraltar, situado en el extremo meridional de la Península Ibérica, una fortaleza natural de piedra caliza, con 6 km de largo, 1.2 km de ancho y una altura de 426 metros sobre el nivel del mar.
Y ni qué decir de las esferas de piedra del Delta de Diquís en Costa Rica, declaradas recientemente por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad, tan cerca de cada uno de nosotros, cuya perfección y posicionamiento nos transporta a la Vía Láctea…
Compañeras inseparables
Monumentales o sencillas, enormes o pequeñas; cada una de ellas, al menos para mí, es mudo testimonio de fortaleza y equilibrio.
Uno de los más bellos regalos que me ha dado mi hijo Armando, ha sido un collar plomizo de donde cuelga un ejemplar pulido, achocolatado a veces o quizás color humo…Cuando lo tengo cerca, rodeándome el cuello, me siento atada a la Tierra con mayor fuerza y mis pasos son efectivamente más firmes y seguros.
Creo que a mis hijos también les gustan las piedras porque entre las mejores fotos de Andrés, figura la que lo muestra absorto en la grandeza del entorno, agachado sobre un enorme peñasco en mitad de la inmensidad del cerro. Seguramente algo les hemos heredado del amor por la Naturaleza que caracteriza a muchos de los que nacimos alrededor de la década de los años 60.
Entre las pocas cosas de mi niñez que recuerdo con cariño, está una cajita de cartón duro, con relleno de algodón, donde reposaba de forma ordenada, una bellísima colección de piedras adquirida en una venta de monedas y billetes en San José. Fue siempre la mejor muestra del curso y durante años la conservé, hasta que una mudanza se la tragó sin remedio.
Guardo pocos objetos porque he sido totalmente desapegada de lo material, aunque no deje de gustarme todo lo que brille, huela a nuevo o tenga colores vivos y distintos. Rompo papeles y fotos, regalo zapatos y ropas, cambio los adornos cada vez que puedo y sin embargo, voy recogiendo de los sitios donde respiro libertad y he sido feliz, piedras de distinta fisonomía que coloco donde pueda verlas a diario.
Tal vez algún día, me ayuden a recorrer el sendero final de mi existencia, porque no es en ellas donde tropiezan ni resbalan mis pies. Su textura me energiza y traspasa con gran poder, proporcionándome una enorme e invaluable sensación de bienestar.
Aunque el contacto directo ha sido mi fuente primaria de sensaciones e información, he leído mucho sobre las piedras y disfruto cuando distintas personas las describen y descubren sus múltiples facetas.
Entre ellas se encuentra Lidia Bernaus, quien desde Barcelona y a través de la publicación electrónica La Vanguardia, ha señalado que “las piedras naturales sirven para renovar energías, mejorar estados físicos y psíquicos, son un beneficio natural. Al igual que las plantas o las velas, las piedras poseen la energía necesaria para producir un cambio. Las piedras y su energía vital nos hacen estar en armonía con nosotros mismos, con la Tierra y con el Universo, concentran la fuerza de la Tierra sobre los chakras, sobre nuestros puntos vitales, cuerpo, mente y alma. Se trata de elementos vivos de la naturaleza, que nacen, evolucionan y se transforman como cualquier otro ser. Es importante mantenerse en contacto con las piedras, tocar y acariciarlas para que tengan más fuerza, en un bolsillo o como colgante será imprescindible en momentos de flaqueza y de renovar energías”.
Algunas personas sienten debilidad por piedras especiales que se utilizan en adornos y joyería, tales como el Ágata, que nos ayuda a combatir la fatiga; la Turquesa –que aumenta la capacidad de pensar y hablar- o el Amatista. A mí en lo personal me gusta el Ojo de Tigre, aunque en realidad me siento cómoda cerca de todas ellas, estén engarzadas en oro o sencillamente a la vera del camino.
