Relato: Un viaje escandaloso a la Cuba comunista
Hubert Solano Quirós Periodista | Martes 19 de Mayo, 2015
Corrían los años de plena Guerra Fría, hace 40 años. La propaganda contra los comunistas era feroz, desalmada. Organizaciones de extrema derecha, como aquí el Movimiento Costa Rica Libre, libraban intensa campaña contra el local partido “rojo”, liderado por Manuel Mora Valverde, y contra el régimen de izquierda implantado en Cuba por Fidel Castro.
Para dramatizar el miedo contra los comunistas, hace cuatro décadas se llegó afirmar en las calles josefinas que los “camaradas”, entre otras bárbaras costumbres ateas que tenían, llegaban incluso a comer niños asados. También lanzaban otras afirmaciones estúpidas, que hoy resultan hasta risibles.
Y en busca de la verdad sobre tales decires y para observar los avances de la revolución cubana que había empezado 16 años antes, en 1959, un considerable grupo de conocidos periodistas costarricenses viajaron en 1975 a la isla caribeña.
Hoy, en el saludable marco de la total reapertura de relaciones diplomáticas, consulares y comerciales de los Estados Unidos de América y Cuba, conviene repasar que sucedía en Costa Rica, allá por los años 60 y 70.
Viaje a hurtadillas
Durante los primeros años de esa revolución ningún tico, del gobierno o de la prensa, se había atrevido a poner los pies en la isla caribeña, a menos que lo hiciera clandestinamente, en secreto y con un alto riesgo, tanto para ir, como al regresar. Estaban prohibidas las relaciones con Cuba por temor a “contaminarse”.
Por otra parte, antes de la caída del Presidente Fulgencio Batista, costarricenses, principalmente de suficientes recursos económicos, viajaban a divertirse en Cuba, entonces capital americana de cabarets, prostíbulos y casinos.
Tras aquella revolución el régimen de Fidel Castro y sus barbudos revolucionarios acabó con esos males sociales, desatando, de inmediato el odio a muerte por parte de los miembros de las mafias de los Estados Unidos de América y de otros países que controlaban dichos vicios en la isla. Fue cuando la guerra fría se aceleró al máximo.
Por eso, en completo secreto y con un gran disimulo, en el propio corazón de la Asamblea Legislativa de Costa Rica, comenzó a fraguarse confidencialmente un viaje a Cuba de diputados y periodistas costarricenses. El diputado Arnoldo Ferreto, del Partido Acción Socialista (PASO) llevó la voz cantante en los preparativos del periplo. Hizo ver, claramente, que nadie viajaría amordazado, ni maniatado, y aseguró que ninguno de los viajeros estaba obligado a asistir a todos los actos que ya había programado el gobierno de La Habana.
Desatando un tremendo escándalo y expectación por ese viaje cuestionado, el viernes 3 de enero de 1975, el desaparecido periódico local Excelsior anunció a toda Costa Rica que 45 diputados y 13 periodistas, a partir de las 7 de la mañana del siguiente lunes 6 de enero, después de tantos años y por primera vez, realizarían un viaje por Cuba que duraría nueve días.
Volaron en “El Tico”, un jet de línea aérea nacional Lacsa, empresa que puso esa nave a disposición del gobierno de Costa Rica. Fue el primer avión costarricense, no secuestrado, que aterrizaba en La Habana, durante los últimos 16 años. Lo comandó el piloto Bernardo Wolf, en compañía de las azafatas Miriam Soto y Dana Cartín, y el sobrecargo Arturo Mainieri.
Según los detalles, entre los 45 legisladores figuraban reconocidos políticos como Alfonso Carro Zúñiga, Elías Soley Soler, Rolando Araya Monge, José Miguel Corrales Bolaños, Roberto Losilla, José Manuel Salazar Navarrete, Edwin León Villalobos, Carlos Manuel Vicente Castro, Enrique Montiel Gutiérrez, María Luisa Portuguéz Calderón, Guillermo Villalobos Arce, Antonio Cañas Iraeta, Deseado Barboza Ruiz, Emiliano Odio Madrigal, Rodolfo Piza Escalante, Tirza Bustamante de Rivera, Arnolfo Ferreto y Manuel Mora, entre otros.
Bajo el pensamiento de “Costa Rica reabre puertas a Cuba”, el presidente del Congreso, Carro Zúñiga justificó: “El conocimiento directo de la realidad cubana es solo un experiencia más que obtendremos para el cumplimiento de nuestras funciones parlamentarias, un elemento más en nuestra formación cultural, si no también, yo creo, algo que ya se ve y se percibe claramente en la apertura de los países latinoamericanos que todavía no tienen relaciones con Cuba”.
Prácticamente hubo que esperar 40 años para que hoy las palabras de don Alfonso Carro se cumplieran.
La víspera de la partida, estaban inscritos doce periodistas, todos colegiados. En la lista: Julio Suñol Leal, por el diario La Nación; Enrique Villalobos Quirós, por el matutino La República; Wilmer Murillo, por La Hora; Freddy Zúñiga por Excelsior; Juan Bautista Araujo, por el Semanario Pueblo; por Abriendo Brecha de Canal 7, Orlando Chaves; por Radioperiódicos Reloj, Justo Pastor Martínez Tercero; por la agencia de noticias rusa TASS, Enrique Mora Valverde y Manuel Moscoa; Maríamalia Sotela, del Semanario Universidad, y por la Oficina de Prensa de la Asamblea Legislativa, Carlos Valverde Meléndez. Luego se unieron Juano Aguilar, fotógrafo de La Nación, y Jimen Chang, periodista y fotógrafo, por Excelsior.
Vuelo a la tica
Lacsa destinó entre 12 y 15 asientos para diaristas nacionales. Trece viajaron – incluyendo al camarógrafo-. Los otros dos asientos nadie los ocupó, no obstante que otros periodistas intentaron también hacer el viaje. Inicialmente, se desconoció exactamente por qué no se asignó ese par de asientos vacantes…
En el viaje hubo también un incidente particular. Se había acordado que solo un periodista iría por cada medio, pero... Jimen Chang, de Excelsior, estaba destacado permanentemente en el aeropuerto Juan Santamaría, por lo que había establecido amistad con importantes autoridades de ese puerto. Eso le permitió, sin permiso de los organizadores, “colarse” en el avión, como fotógrafo. A última hora, al mejor estilo de “polizonte”.
Sin embargo, Julio Suñol lo descubrió y objetó por qué a Excelsior le permitían dos campos y a La Nación solo uno. El jefe de prensa del congreso, Carlos Valverde, intervino para aclarar que no había preferencias y que, por lo tanto, Chang no estaba invitado. Tras larga discusión, Suñol dijo que Jimen podía ir, si a La Nación le permitían llevar también un fotógrafo.
La partida del jet, por lo tanto, se atrasó y hubo que esperar hasta que localizaran a Juano Aguilar, el fotógrafo de La Nación. Cuando al fin llegó al aeropuerto, se dispuso también que Chang y Aguilar tomarían unas fotos y entrevistarían a algunos funcionarios cubanos solo en el aeropuerto José Martí, pues tenían que devolverse en el avión de Lacsa que ese mismo día regresaría de inmediato a Costa Rica.
Y así se hizo. Solo que Chang le robó la exclusiva a La Nación, porque en su doble condición de redactor y fotógrafo, al volver a su sala de redacción en Curridabat pudo añadir a sus gráficas un excelente artículo, escrito desde La Habana. El otro matutino se quedó solo con las fotos y su crónica desde Cuba.
La gorra del comandante
Una anécdota histórica para el periodismo costarricense, sobre este viaje, la protagonizó la joven periodista Mariamalia Sotela, del Semanario Universidad: tras terminar una conferencia con el máximo líder de la revolución cubana, ella lo siguió por un pasillo, le tocó el hombro y le dijo a Fidel: “Regáleme su gorra…” Y el comandante contestó: ¡Con gusto, chica! ¡Cómo no! ¡Cosa más grande… chica..! Se la despojó de la cabeza y, gentilmente, se la entregó.
Esa gorra fue un “tesoro de guerra” para la entonces novel reportera. A nadie antes Fidel había regalado su tradicional gorra revolucionaria. Desgraciadamente, años después, a Mariamalia se la robaron. Ella dice que aún sigue sospechando de tres o cuatro amigos de su entonces esposo, el ex precandidato presidencial liberacionista, Fernando Berrocal, pero no tiene las pruebas con certeza. De allí que no puede acusar a nadie. Hasta hoy, nunca más se supo de esa famosa gorra…
Mariamalia fue también la única del grupo de periodistas que permaneció seis días más en Cuba. Las autoridades isleñas le permitieron quedarse. Por lo tanto, no regresó en “El Tico”, el miércoles 15 de enero, cuando ese avión de Lacsa fue a recoger al grupo de diputados y periodistas. Ella aprovechó esos días de más para escribir principalmente sobre educación y salud en la isla y le hizo una amplia entrevista al reconocido poeta caribeño Nicolás Guillén. Todo lo publicó en un suplemento de “Universidad”, el cual hoy sigue guardándolo como otro de sus tesoros favoritos. Y este no se ha “desaparecido”.
El asiento de Mariamalia lo ocupó en el regreso el legislador nacional Eduardo Mora Valverde, hermano del líder comunista en Costa Rica, Manuel Mora. Don Eduardo, en La Habana, se había unido a la delegación Tica, procedente de Moscú.
Otra gorra famosa revolucionaria también vino a Costa Rica al regresar la delegación. La diputada Juana Rosa Venegas, líder sindical liberacionista, en visita que hizo al valle Picadura, provincia de Matanza, obtuvo por petición de regalo la gorra de Ramón Castro Ruz, uno de los hermanos de Fidel. El paradero de esta gorra es también hoy desconocido.
Finalmente, ya de regreso a Costa Rica al fin se pudo conocer un poco el por qué aquellos asientos que sobraron en el viaje de ida, ningún otro periodista Tico pudo ocuparlos. Al regreso, las autoridades cubanas infiltraron en el grupo de costarricenses a dos de sus agentes: Pedro Lovaina y Silvio Medaglia, señalados como periodistas de la Agencia de Prensa Latina.
Los cubanos no comían “chiquitos”, pero… ¡tampoco sacaban pelos sin sangre!
*Las fotografías que acompañan este artículo fueron suministradas por el autor y la periodista Mariamalia Sotela.








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