¿Para qué sirve la poesía?
Gerardo Bolaños Escritor y periodista | Lunes 10 de Agosto, 2015
Querido amigo:
Me ha llamado mucho la atención que siendo tan joven te hayás planteado la interrogante de saber para qué sirve la poesía.
La tuya es una pregunta difícil y las respuestas son múltiples. Ha sido formulada desde tiempos inmemoriales sin que nadie obtenga una recompensa por cavilar alrededor de ella o, menos aún, por resolver definitivamente el presunto misterio de la utilidad de la poesía.
Al gran escritor argentino Jorge Luis Borges se la dispararon para provocarlo. Borges se había quedado ciego ya adulto, por herencia paternal y quizás por tanto leer, pero él tenía gran rapidez mental y una visión particular del mundo. Así que contestó la pregunta con más preguntas: “¿Para qué sirve un amanecer? ¿Para qué sirven las caricias? ¿Para qué sirve el olor del café?”. Cada una caía, inquietante, sobre la conciencia de quienes lo asediaron. Luego sostuvo, para rematar su pensamiento: “La poesía sirve para el placer, para la emoción, para vivir”.
Uno podría darse por satisfecho con las lapidarias respuestas de Borges, pero la poesía no quiere simplemente seguidores, quiere que la amen sin sosiego. En otra oportunidad Borges se hizo la pregunta corolaria: “¿De qué sirven los poetas?". Y se respondió y respondió a todos lo que se plantean la misma inquietud: "Sirven, como en el mito de Sísifo, para subir la roca que ha de caerse, para sacar la flor de las cenizas, para arrojar del corazón del hombre el desencanto”.
Seguramente habrás notado que cuando Borges dice que la poesía sirve “para sacar la flor de las cenizas” está justamente haciendo poesía. Sacar la flor de las cenizas es imposible para todo el mundo, menos para el poeta porque, cuando el poeta lo dice, lo está haciendo. Literalmente: pone las palabras al servicio de la belleza.
Ocurre con la poesía como con la homeopatía: siempre hay alguien que niega a ambas sus poderes de sanación. Pocos se atreven en serio a prescribir un poema en ayunas por la mañana, y otro antes de acostarse. No obstante, esa receta puede funcionar para una diversidad de males. Generalmente la poesía es más barata y tiene menos efectos secundarios que pastillas, jarabes o inyecciones.
Tomemos por ejemplo el Salmo de las Maderas de Jorge de Bravo. Si uno extraña la urbe de árboles que poblaban la patria, puede recurrir a ese inventario de nuestra pérdida de verdor. Pero si la causa del dolor es el perfumado recuerdo de una muchacha, el poema cumple también su tarea terapéutica: nos ayuda a ver más claro.
"Si un poema te ofrece un vaso de agua", dice el bardo guatemalteco Humberto A Kabal, "y al leerlo sentís su frescura, quien te lo ofrece se llama poeta".
Otra de las ventajas de la poesía es que uno puede garrapatear su propia receta en un pedazo de papel, con letra inteligible para corazones desolados como el de uno. Así, me autorreceté este ensalmo homeopático para encauzar una calentura:
“¿Por qué me mientes, dí, por qué me mientes? ¿Por qué me dices que me quieres para que yo crea que no me quieres cuando la realidad es que sí me quieres?...”
Un poeta inspirado es alguien que respira por uno. Uno llega desconsolado y le dice simplemente: “Poeta, me falta el aire”.
Y entonces el poeta te regala sus pulmones. En ese punto inspiración y aliento son la misma cosa.
No hace falta que el poeta esté vivo. Muerto, muchas veces su respiración es más profunda. No importa si, en vida, el poeta fumaba, tomaba tragos, o se moría de hambre: el buen poeta siempre goza de buena salud.
De hecho, querido amigo, el poeta nunca muere. Su tarea es contradecir la muerte. A veces se duerme pero lo que se dice morir morir es imposible. Sus pulmones están hechos de un tejido delicadísimo pero eterno. Cuanto más oxígeno da, más oxígeno le queda en los poemas. Eso está comprobado científicamente en los laboratorios del corazón que, por cierto, se encuentra alojado tibiamente entre los dos pulmones.
El poeta no es súbdito de nadie, salvo de la poesía. Si la poesía le ordena prender velas, el poeta obedece y prende velas pacientes y tenaces que arden en la noche de los tiempos.
El poeta va por la vida sin pedirle permisos a la vida. Y de la vida queda lo que él quiere que quede: la alegría concentrada, el sufrimiento inmerecido, el amor frustrado o triunfante, la desazón ante la injusticia.
Por cierto, cuanto más loco parece, más razón tiene el poeta...
Maestro de poesía
Como te dije antes, es grande el número de escritores que han abordado el tema de la utilidad de la poesía.
Notable entre ellos es un poeta costarricense del siglo XX, Isaac Felipe Azofeifa, quien compuso un poema dialogado que se titula Maestro de poesía, el cual tampoco necesita mucha explicación.
-Maestro, ¿para qué sirve la poesía?
-Para hacer más poesía, creo.
-Y ¿para qué más poesía?
-Para llenar al mundo, creo.
-Y ¿para qué llenar el mundo de poesía, Maestro?
-Para que no esté vacío.
-Pero si está lleno de cosas.
-Sí, pero sigue vacío.
-Maestro, no entiendo este enigma.
-Hijo, toma el lápiz y escribe tu primer poema…
Periodismo y poesía
Hace unos años me hicieron una entrevista y me preguntaron si había encontrado en el periodismo motivación para escribir poesía.
Contesté que el principio de todas las cosas para mí FUE la poesía. Las rimas que me decían mi madre y mi abuela materna, los largos poemas que memorizaba y que recitaba en las veladas escolares, y un premio académico: la HISTORIA Y ANTOLOGIA DE LA POESÍA ESPAÑOLA, de Federico Carlos Sáinz de Robles. Un elegante volumen de 2434 páginas obsequiado a un niño de nueve años (2434 es correcto), en finísimo papel cebolla, empastado en cuero y repujado en oro, que siempre me acompaña. Un libro bello por fuera y bellísimo por dentro.
Con la poesía aprendí a usar la frase corta cargada de sentido (el arte de la síntesis). Aprendí a modular mi respiración. Aprendí que las palabras siempre están de fiesta y te convidan a ver, a sentir, a gozar, a sufrir. Muchas veces, cuando alguna nota periodística o artículo se me estanca, recuerdo algún poema, de preferencia en voz alta. Después retomo el hilo del asunto con mayor facilidad. De modo que mi ejercicio del periodismo está en deuda con la poesía, y no al revés. De todas maneras, como leí por ahí, la poesía no es un acto voluntario. Ella es la señora que viene y dicta…En realidad, uno a veces se siente escrito por ella. Otras veces ella te dice unas pocas palabras y el resto es trabajo personal.
Esa señora, que algunos llaman musa, vino una noche y me sopló al oído lo siguiente:
“Me gusta mucho la poesía
y eso se nota sobre todo cuando llueve.
La poesía es mi sol de cada día y me quema
cuando me le acerco, o ella me cerca,
si no estoy protegido
por el filtro 30 de la indiferencia.
Yo me siento muy bien
cuando me abrasa. Quedo bronceado
cuando expongo la piel de mis sentidos
a Darío y García Lorca,
a Neruda y Benedetti,
a Sor Juana, Borges y Debravo
y a cientos de poetas más,
y más indispensables que un buen vino.
Ya lo dije una vez en un café
y perdoná si me cito de memoria:
“La poesía es una máscara de oxígeno
que se aplica a los desposeídos”.
Si no entendés es que nunca has sabido
lo que es perder un solo ser y que por ello
la tierra se te vuelva un despoblado.
Lo que más me atrae
es leer la poesía en un susurro,
o en voz alta,
sentir el oxígeno que pasa
de la boca al oído y ver
como salen llamaradas por los ojos.
¡Qué incendio se vuelven las palabras
y qué cosquillas te hacen en los párpados!
Pasa así cuando te digo:
“Yo pecador,
a la orilla de tus labios,
miro nacer la tempestad”..
La poesía es sinuosa,
perspicaz y sibilina.
Produce solaz.
Y aún más grave: es sediciosa
porque ayuda a soltar las amarras del destino.
Con un poema nadie necesita el diario.
Ya lo dijo J.G. Cobo Borda, colombiano:
“Escribir es rezar de modo diferente.
Las únicas noticias que valen la pena están en los poe-
mas. Todos los poetas son santos e irán al cielo”.
Cuando leo cosas así,
igual que cuando te oigo o te miro,
siento un motín de ballenas en la sangre”.
Así se titula el poema: ¡Un motín de ballenas en la sangre! La poesía es eso: un tumulto de sensaciones y espumarajos de vida como cuando las ballenas suben a la superficie y lanzan sus chorros al aire y parece que te van a tragar. Es lo que se llama una metáfora, es decir una comparación que va más allá de lo real y escue-to y nos hace profundizar en lo que sentimos. Eso es lo que hace la poesía: ayuda a educar nuestras emociones. Hacer poesía, dice la escritora costarricense Lil Picado, es “meterse en las palpitaciones de su propia sangre”. Y eso fue lo que traté de hacer.
Para terminar, te cito a otro poeta argentino, Juan Gelman, quien escribió que la poesía es NECESARIA porque quien la lee suele descubrir territorios que no sabía que tenía, y, por eso mismo, no tenía…
Que la poesía te acompañe, querido amigo
Cordialmente
Gerardo Bolaños G.
Santa Ana, agosto de 2015







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