El tren de la vida
Adriana Nuñez Artiles* | Viernes 23 de Enero, 2015
La vida no es más que un viaje por tren: repleto de embarques y desembarques, salpicado de accidentes, sorpresas agradables en algunos embarques y profundas tristezas en otros.
Al nacer, nos subimos al tren y nos encontramos con algunas personas las cuales creemos que siempre estarán con nosotros en este viaje: nuestros padres. Lamentablemente la verdad es otra.
Ellos se bajarán en alguna estación dejándonos huérfanos de su cariño, amistad y su compañía irreemplazable. No obstante, esto no impide a que se suban otras personas que nos serán muy especiales.
Llegan nuestros hermanos, nuestros amigos y nuestros maravillosos amores. De las personas que toman este tren, habrá los que lo hagan como un simple paseo, otros que encontrarán solamente tristeza en el viaje, y habrá otros que circulando por el tren, estarán siempre listos en ayudar a quien lo necesite.
“Muchos al bajar, dejan una añoranza permanente; otros pasan tan desapercibidos que ni siquiera nos damos cuenta que desocuparon el asiento. (1)
La imagen captada por el colega Ronald Díaz V. editor de Primera Plana, ha calado muy hondo en mi corazón. Es una escena que revive en mi mente y alma, la época universitaria, el cotidiano trayecto a pie practicando el equilibrio sobre los rieles de la línea del ferrocarril, desde la casa familiar en Lourdes de Montes de Oca hasta la Universidad de Costa Rica, bordeando el Colegio Calasanz y el Liceo José Joaquín Vargas Calvo.
Con escasos dieciséis años, tempranito cargaba un buen número de libros en el bolso de tejido multicolor. Sobre todo en el mes de febrero, cuando arrancaban las clases, el vientecillo mañanero y la juventud, pintaban la piel de tonos durazno y miel. Y el sabor de la vida era siempre dulce…
El camino resultaba corto, seguro y placentero. Y el espíritu se gozaba de recorrerlo cada día.
Eran épocas en que no importaba de qué colegio procedías –si público o privado- pues todos habíamos leído los mismos libros y aprendido las mismas poesías. Por igual consumíamos tortillas con queso en la Soda Guevara y nos escapábamos a bailar lo mismo en las discotecas de La Sabana que en La Taberna Universitaria.
Mi barrio ya no existe. Su espíritu colectivo de familias bien educadas y amorosas, yace bajo los edificios de la Universidad Latina.
Una enorme brecha económica, social y educativa separa a muchos de los estudiantes en Costa Rica y gran cantidad de ellos ni porta libros ni lee poesía.
Pero las gratas memorias de la Costa Rica segura, inquieta, justa, creativa, igualitaria, alegre y respetuosa, no nos permiten perder la esperanza de que regresen, al compás de las vías del tren, días mejores de progreso, equidad y paz.
Gracias a Ronald Díaz por tan bella foto.
*Periodista
1. (1) El tren de la vida. Citado en: Actitudes que iluminan. Eric De La Parra, Maria Madero. Panorama Editorial, 2005. ISBN 968-38-1360-7, pág. 32





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