En medio de unas cortas vacaciones en el Caribe, por primera vez realicé lo que tanto me atrapa y me da esa experiencia mágica cada vez que visito Puerto Viejo.

Además de los paisajes espectaculares y de la vegetación exuberante en la que palmeras y árboles de todos los tamaños se unen, me parece que el secreto de este lugar se encuentra en su gente. No sé si habrán sido criados con chupones llenos de leche de coco, si será la brisa del mar o el clima cálido, pero definitivamente se caracterizan por atreverse.

Siendo el baile una de mis grandes pasiones, admiro muchísimo a quienes se atreven a bailar donde, como, cuando y con quien sea; basta que la música empiece a sonar para entregarle el control de su cuerpo a una danza en la que mueven músculos que yo no sabía que existían.

En el tema de la música no solo se atreven a tocar toda clase de ritmos -en especial los que los identifican- sino que además crean instrumentos con todo aquello que suene y pueda aportarle a sus canciones.

Fotografía de Rebeca Barzuna.

Se atreven también a usar colores llamativos, tanto en su ropa como en sus casas, escuelas, tiendas, productos; en general no temen compartir con el mundo su alegría, y la cual resulta contagiosa.

La comida es una experiencia gastronómica en la que se atreven a mezclar ingredientes que -en primera instancia- a uno jamás se le habría ocurrido mezclar, pero que terminan fusionándose en la boca de una manera única.

Se atreven a desafiar las torres de edificios modernas, frías y contemporáneas y mantienen sus casas de maderas coloridas y con grandes ventanas, a través de las cuales pueden ver hacia el mar.

Dejan a un lado sus preocupaciones por el futuro, y viven un día a la vez. Disfrutan cada momento al máximo y hasta se atreven a no usar reloj, como si el tiempo no fuera una limitante.

En general se atreven cada día a retar sus sentidos, siempre con un nuevo tono, platillo o cualquier creación con sabor a coco.

*Publicista, especialista en mercadeo.